En algún momento a finales del siglo IV a.C., en la ciudad griega de Sinope, vivió el primer “ciudadano del mundo”. Diógenes fue la primera persona que se definió a sí misma como cosmopolita (kosmos polites, “universo” y “ciudad” en griego). Con esta expresión quería señalar que él no pertenecía a ningún Estado, sino que se consideraba ciudadano de Cosmópolis, o ciudad universal.
Lo cierto es que Diógenes poco o nada sabía de lo que ocurría al otro lado del Mar Negro, y mucho menos de lo que estaba pasando en Asia, Europa Occidental o América. Ni siquiera se podía imaginar que existiesen estos lugares. Y, pese a ello, se seguía considerando ciudadano del mundo.