Diógenes en la era de Internet

En algún momento a finales del siglo IV a.C., en la ciudad griega de Sinope, vivió el primer “ciudadano del mundo”. Diógenes fue la primera persona que se definió a sí misma como cosmopolita (kosmos polites, “universo” y “ciudad” en griego). Con esta expresión quería señalar que él no pertenecía a ningún Estado, sino que se consideraba ciudadano de Cosmópolis, o ciudad universal.

 

 

Lo cierto es que Diógenes poco o nada sabía de lo que ocurría al otro lado del Mar Negro, y mucho menos de lo que estaba pasando en Asia, Europa Occidental o América. Ni siquiera se podía imaginar que existiesen estos lugares. Y, pese a ello, se seguía considerando ciudadano del mundo.

Nosotros sí que sabemos qué ocurre en estos sitios. Basta un par de clics para enterarnos de las últimas noticias de Bolivia, de la República Democrática del Congo o de Birmania. Queramos o no, vivimos en entornos multiculturales. No sólo porque las personas de nuestro alrededor puedan no compartir nuestros orígenes, sino porque ahora mismo, en el momento en el que estás leyendo estas líneas, estás compartiendo un espacio virtual con decenas de miles de millones de personas. Todas ellas de culturas distintas, de todos los géneros, edades, clases sociales, pensamientos políticos, gustos e intereses.

Kwame Anthony Appiah, filósofo de origen anglo-ghanés y profesor en la Universidad de Princeton, ha tomado la figura de Diógenes para extraer algunos consejos con los que aumentar nuestra inteligencia cultural.

Lo primero es que no debemos renunciar a nuestra identidad. Aunque nos definamos como ciudadanos del mundo, esto no significa que vayamos a formar parte de una única comunidad. Esa es la diferencia entre la multiculturalidad y la monoculturalidad plural.

La segunda lección que Appiah toma de Diógenes es que debemos preocuparnos por el bienestar de todas las personas, no sólo de las que comparten nuestra misma cultura, ideas o valores.

La tercera es que tenemos que aprender a extraer buenas ideas de todas las partes del mundo, no sólo de nuestra propia sociedad. “Merece la pena escuchar a los demás, porque quizá tengan algo que enseñarnos; merece la pena que ellos nos escuchen, porque quizá tengan algo que aprender”, asegura Appiah.

Por último, la cuarta idea que cabe rescatar de Diógenes es el valor del diálogo. La comunicación (en el sentido más amplio del término) es la mejor herramienta que tenemos para habitar el universo multicultural en el que nos hallamos inmersos. Es el aceite que engrasa la maquinaria social, y sin él, corremos el riesgo de colapsar.

Estaría bien que nosotros, ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI, habitantes del ciberespacio, aplicásemos las lecciones de un hombre de Sinope de hace más de 2.400 años. Porque, paradójicamente, ahora son más necesarias que nunca.

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