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Donald Trump y el etnocentrismo

Donald Trump

“¡No hagan negocios con México!”

Así de rotundo se mostraba el magnate y pre candidato republicano a la Casa Blanca Donald Trump en su cuenta de Twitter:

Desde que comenzase su carrera política hacia en busca de la presidencia de los Estados Unidos, Trump se ha mostrado más que polémico. Y no sólo con los mexicanos (a quienes ha tachado de “violadores” y “delincuentes”), también con los musulmanes (pidió detener su entrada en Estados Unidos de forma «total y completa»), e incluso con las mujeres.

A lo largo de su carrera Trump ha demostrado tener una aguda inteligencia empresarial, pero no parecer brillar tanto en el terreno de las competencias culturales. Y ello le ha costado la pérdida de varios contratos millonarios. Y es que lo que esconden las declaraciones del magnate es la clásica (y falsa) dicotomía civilización vs. barbarie. Según su óptica, todas las acciones, opiniones y modos de vida que se aparten del sistema de valores de Trump caen fuera de “lo civilizado”, así que deben ser expulsadas y eliminadas de la sociedad.

Este es un claro ejemplo de discurso etnocéntrico. El etnocentrismo es un sesgo cognitivo que consiste en hacer de la cultura propia el criterio exclusivo para interpretar los comportamientos de otros grupos, razas o sociedades.

Pero no hay que dejarse engañar es un rasgo universal y está presente en todas las culturas. Lo que ocurre es que este tipo de prejuicios suelen adoptar formas más sutiles que las de Trump, y es eso lo que las hace más difíciles de detectar y de contrarrestar.

Cada cultura constituye un mundo social total que se reproduce a sí mismo a través de la enculturación, el proceso mediante el cual se transmiten de una generación a otra los valores, disposiciones emocionales y comportamientos propios. Tales prácticas y valores son percibidos por los miembros de una sociedad como los más satisfactorios, superiores a cualquiera otros; de ahí universalidad del etnocentrismo. (Michael F. Brown, Relativismo cultural 2.0)

Es decir, desde pequeños asumimos unas coordenadas morales y vemos el mundo a través de ellas, aceptándolas como las más adecuadas para enfrentar el mundo. En las escuelas de Europa occidental se enseña que la libertad, la democracia y el constitucionalismo son los valores apropiados para vivir en sociedad. En los colegios de Asia, por el contrario, se venera el respeto, el orden, la humildad, el honor y la pertenencia a la comunidad como los valores más deseables. Se trata de visiones del mundo distintas que pueden llegar a colisionar.

Pero que el etnocentrismo sea universal no quiere decir que no pueda ser corregido y las tensiones entre culturas, desactivadas. Los expertos en estudios interculturales proponen el relativismo cultural como herramienta eficaz para ello. El relativismo, entendido en estos términos, consiste en apreciar la singularidad de cada cultura y de cada sociedad, suspendiendo el juicio hasta que una creencia o práctica haya podido ser comprendida en su contexto total.

La práctica del relativismo que acabamos de describir se traduce en aplicar el sentido común. Si Trump hubiera relativizado sus opiniones, jamás hubiese dicho que habría que construir un muro entre México y los Estados Unidos. Tampoco habría pedido la “expulsión total” de los musulmanes y, muy posiblemente, no habría perdido los contratos multimillonarios con empresas extranjeras. La conclusión que podemos extraer es que la falta de inteligencia cultural puede salir cara; muy cara.